SECCI�N A1

Por Ralph Mahoney

Cap�tulo 1
Entrenando A Los L�deres

Introducci�n

Existen TRES GRANDES IMPEDIMENTOS hacia la propagaci�n del evangelio. �stos obstruyen la evangelizaci�n de los que nunca han escuchado las buenas nuevas acerca de lo que Jesucristo ha hecho para salvar y bendecir a todas las naciones. �stos son los siguientes:

• EL CLERICALISMO
• DEFICIENCIAS DE LA NEUMATOLOG�A
• LA EDIFICACI�N DE CATEDRALES

En esta secci�n: "C�mo Entrenar A Los L�deres De La Iglesia", aprenderemos a superar el CLERICALISMO. Los otros dos ser�n discutidos en secciones subsiguientes. Si usted sigue la alternativa b�blica para el "Clericalismo", ser� efectivo en ayudar a Jes�s a edificar Su Iglesia.

Aproximadamente 2 millones 500 mil israelitas siguieron a Mois�s fuera de Egipto hacia el desierto. Las deficiencias severas del estilo en el liderato de Mois�s, ilustran el CLERICALISMO.

"Aconteci� que al d�a siguiente se sent� Mois�s a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Mois�s desde la ma�ana hasta la tarde.

Viendo el suegro de Mois�s todo lo que �l hac�a con el pueblo, dijo: �Qu� es esto que haces t� con el pueblo? �Por qu� te sientas t� solo, y todo el pueblo est� delante de ti desde la ma�ana hasta la tarde?

Y Mois�s respondi� a su suegro: Porque el pueblo viene a m� para consultar a Dios. Cuando tiene asuntos, vienen a m�; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes.

Entonces el suegro de Mois�s le dijo: No est� bien lo que haces. Desfallecer�s del todo, t�, y tambi�n este pueblo que est� contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podr�s hacerlo t� solo.

Oye ahora mi voz; yo te aconsejar�, y Dios estar� contigo. Est� t� por el pueblo delante de Dios, y somete t� los asuntos a Dios. Y ense�a a ellos las ordenanzas y las leyes, y mu�strales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer.

Adem�s, escoge t� de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez.

Ellos juzgar�n al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traer�n a ti, y ellos juzgar�n todo asunto peque�o. As� aliviar�s la carga de sobre ti, y la llevar�n ellos contigo" (Ex 18:13-22).

El clericalismo est� tratando de hacer el trabajo que Dios le ha llamado a realizar sin el asesoramiento o ayuda de los dem�s. El clericalismo es colocarse a s� mismo SOBRE otros, en lugar de verse a s� mismo como el sirviente de los dem�s. "Y el que quiera ser el primero entre vosotros, ser� vuestro siervo" (Mt 20-27; 23:11).

Aquellos que contin�an en la trampa del clericalismo, fracasar�n en cumplir con el verdadero prop�sito de un l�der de la Iglesia. El clericalismo puede ser resuelto �nicamente por medio del uso de los principios de la multiplicaci�n ministerial que Jes�s y el Ap�stol Pablo utilizaron en el Nuevo Testamento.

La soluci�n al clericalismo es edificar un equipo. Invierta su tiempo y recursos en el equipo. Deje que �ste le ayude a realizar el trabajo que Dios le ha llamado a hacer.

Usted triunfar� en la edificaci�n de equipos si sigue los principios otorgados a Mois�s por Dios y su suegro Jetro. Sin �stos, Mois�s habr�a fracasado. Sin ellos, usted tambi�n fracasar� como l�der de la Iglesia. Examinaremos los cinco principios dados a Mois�s. En �stos, encontraremos nuestra soluci�n al problema del clericalismo.

A. LOS CINCO PRINCIPIOS DADOS A MOIS�S
1. Entrene A Otros Para Que Ayuden

"No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demas�a. Y si as� lo haces t� conmigo, yo te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en tus ojos; y que yo no vea mi mal..." (Nm 11:14, 15).

Mois�s le pidi� a Dios que lo matara debido a los problemas que emergieron por causa del clericalismo. Esto era lo que estaba matando a Mois�s.

�Y tambi�n le matar� a usted!

Para ayudarle con este problema, Dios estaba hablando con Mois�s (N�meros 11). En �xodo 18, Jetro (el suegro de Mois�s) tambi�n estaba conversando con Mois�s y dici�ndole la misma cosa. Cuando Mois�s escuch� a Dios y a Jetro, he aqu� lo que �l descubri�:

El entrenamiento a otros solucion� su problema.

"Entonces Jehov� dijo a Mois�s: Re�neme setenta varones... que t� sabes que son ancianos del pueblo y sus principales..." (Nm 11:16).

"Adem�s escoge t� de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgar�n al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traer�n ti, y ellos juzgar�n todo asunto peque�o..." (Ex 18:21, 22).

Los versos de la Escritura que siguen, nos ense�an que los dones del liderato fueron dados a la Iglesia para entrenar a sus miembros en la obra del ministerio.

Ese fue el prop�sito del ministerio de Mois�s. Lo que sucedi� es que �l no lo sab�a.

El trabajo del l�der es entrenar y equipar a los miembros de la Iglesia que tienen potencial para el liderazgo.

Esos miembros a su vez, har�n la obra del ministerio.

"Cuando Jes�s ascendi� al cielo... constituy� a unos Ap�stoles; a otros Profetas; a otros Evangelistas; a otros Pastores y Maestros; para entrenar y equipar a los santos, a fin de que los miembros de la Iglesia hagan la obra del Ministerio, edificando de esa manera el cuerpo de Cristo espiritual y num�ricamente..." (Ef 4:10-12, parafraseado).

a. Cada Uno: Ense�e A Otro. Pablo ense�a, en los vers�culos anteriores, que el prop�sito principal de un l�der de la iglesia es entrenar a otros.

Pablo explic� esto al joven Timoteo. Su trabajo como l�der de la Iglesia, era entrenar a los dem�s. �l deber�a tomar el entrenamiento que Pablo le daba y pasarlo a otros hombres fieles. Estos a su vez, deber�an ense�ar aun a otros hombres fieles y el ciclo deber�a continuar repiti�ndose.

"Lo que has o�do de m� ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean id�neos para ense�ar tambi�n a otros" (2 Ti 2:2).

Seguir el principio de Pablo de entrenar a otros, establecer�a una reacci�n en cadena de multiplicaci�n que causar�a que el Evangelio fuera esparcido r�pidamente por todo el mundo.

La siguiente gr�fica muestra lo que suceder�a si usted tomara a otro hombre fiel y empleara UN a�o entren�ndolo. El segundo a�o, usted y el que entren� se dedicar�an a entrenar a otros dos. Si usted mantuviera este proceso durante treinta y tres a�os, observe lo que habr�a sucedido.

Esto ilustra el principio b�blico de "CADA UNO ENSE�E A OTRO".

CADA UNO: ENSE�E A OTRO

Si cada uno ense�ara a otro, al final de los 33 a�os habr�an m�s personas entrenadas que la

 

AL FINAL # DE PERSONAS ENTRENADAS
A�o 1
A�o 2
A�o 3
A�o 4
A�o 5
A�o 6
A�o 7
A�o 8
A�o 9
A�o 10
A�o 11
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A�o 13
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A�o 15
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A�o 18
A�o 19
A�o 20
A�o 21
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A�o 25
A�o 26
A�o 27
A�o 28
A�o 29
A�o 30
A�o 31
A�o 32
A�o 33
2
4
8
16
32
64
128
256
512
1,024
2,048
4,096
8,192
16,384
32,768
65,536
131,072
262,144
524,288
1,048,576
2,097,152
4,194,304
8,388,608
16,777,216
33,554,432
67,108,864
134,217,728
268,435,456
536,870,912
1,073,741,824
2,147,483,648
4,294,967,296
8,589,934,592

poblaci�n de todo el mundo. Si hici�ramos las cosas a la manera b�blica, experimentar�amos resultados b�blicos.

"Grandes multitudes iban con �l... Y los que cre�an en el Se�or aumentaban m�s, gran n�mero as� de hombres como de mujeres" (Lc 14:25; Hch 5:14). Ese es el deseo de Dios, que multitudes sigan a Jes�s.

"Despu�s de esto mir�, y he aqu� una gran multitud, la cual nadie pod�a contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas..." (Ap 7:9). �S�! El Se�or desea que multitudes sean salvas. "Dios no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 P 3:9). �l nos ha otorgado principios para asegurar este resultado.

b. Fruto Que Permanezca. En 1959, el autor estaba ministrando en el pa�s de Nicaragua, Am�rica Central y la siguiente pregunta fue formulada por un l�der sabio y anciano de la Iglesia: �C�mo pudo usted plantar 500 Iglesias en Am�rica Central en treinta a�os?". En respuesta, �l relat� la siguiente historia:

"Fui a Guatemala en 1929 como misionero. Inmediatamente me propuse visitar las aldeas donde no hab�a creyentes nacidos de nuevo. Prediqu� y san� a los enfermos durante seis noches. Cada noche invitaba a los pecadores a que pasaran a recibir perd�n de Jes�s por sus pecados. Muchos nos visitaron cada noche. Bautizaba a los creyentes nuevos en agua y pasaba a la siguiente aldea para repetir el proceso. Pens� que estaba ganando cerca de cien almas para Cristo cada semana. Ese era el n�mero de los que bautizaba.

Escrib�a a mi iglesia local que me respaldaba y les contaba respecto al gran �xito que estaba teniendo. Era algo incre�ble. Estaba ganando m�s de cinco mil almas cada a�o para Cristo.

Despu�s de dos a�os y cien cruzadas por las aldeas, decid� volver a visitar la obra para ver c�mo iba marchando en todas estas aldeas.

Fui a la primera aldea y para mi sorpresa, todos mis conversos se hab�an ‘descarriado': se hab�an vuelto a sus pr�cticas paganas y no viv�an sus vidas seg�n la Biblia. No conduc�an cultos en la iglesia y nadie estaba ense�ando a los reci�n convertidos. Aquellos a los que hab�a dejado encargados, no hab�an continuado siguiendo a Cristo.

Fui a la segunda, tercera, cuarta y quinta aldea. Encontr� el mismo caso en cada una de ellas. Mi coraz�n estaba quebrantado. Lo que pensaba que hab�an sido dos a�os de ministerio exitoso, no hab�an producido fruto permanente.

Las palabras de Jes�s sonaban continuamente en mis o�dos:

"No me elegisteis vosotros a m�, sino que yo os eleg� a vosotros, y os he puesto para que vay�is y llev�is fruto, y vuestro fruto permanezca..." (Jn 15:16).

No ten�a fruto permanente. �Qu� deber�a hacer? Propuse en mi coraz�n buscar al Se�or en ayuno y oraci�n. Durante ese tiempo Dios me habl� con claridad dici�ndome: 'No te he enviado a evangelizar a Am�rica Central. Te envi� a entrenar a otros'.

El Se�or me mostr� dos principios importantes. Primero: Entrena a otros para que tomen responsabilidades en el liderazgo. Segundo: Trabaja donde Dios est� trabajando.

Inmediatamente me propuse a organizar una Escuela B�blica para ofrecer un curso de entrenamiento de seis meses de duraci�n. Aproximadamente 50 estudiantes asistieron y completaron el primer curso.

Poco despu�s de eso, escuch� reportes del �rea de la selva donde estaban ocurriendo milagros de sanidades. Las personas estaban teniendo visiones de Jes�s y, como resultado de los milagros de sanidades, multitudes se estaban convirtiendo. Entonces record�: ‘Trabaja donde Dios est� trabajando'. Llevamos los obreros entrenados a esa �rea inmediatamente. Como resultado de ello, recibimos una gran cosecha de almas. Los obreros entrenados iniciaron iglesias en cada una de las aldeas y cuidaron y ense�aron a los reci�n convertidos. Esto produjo fruto permanente.

He seguido esos dos principios desde 1931: (1) Entrena a otros y (2) trabaja donde Dios est� trabajando.

Hoy tenemos cinco Institutos B�blicos de Corta duraci�n, en los cuales, m�s de mil obreros han sido entrenados. Las 500 iglesias son los frutos permanentes de aquellos j�venes centroamericanos que entrenamos. Ellos salieron a los lugares donde supimos que Dios estaba obrando. Obramos con Dios y como resultado obtuvimos una gran cosecha.

Para el a�o 1989 (30 a�os despu�s que conoc� a aquel amado misionero) aquel movimiento eclesial centroamericano hab�a crecido hasta llegar a varios miles de iglesias.

c. Busque Los L�deres. Y Jehov� dijo a Mois�s: "Re�neme setena varones de los ancianos de Israel, que t� sabes que son ancianos del pueblo y sus principales..." (Nm 11:16).

Muchas veces se desperdician esfuerzos tratando de entrenar personas que no tienen la habilidad para el liderazgo. La instrucci�n del Se�or fue clara: "Re�neme setenta varones...que t� sabes que son ancianos [l�deres]...".

�C�mo puede usted reconocer a un l�der? Observe cu�ntos le siguen. Si no hay nadie que le siga, entonces no es un l�der.

Cuando salga al campo para traer un hato de cincuenta vacas lecheras para ser orde�adas, s�lo tiene que encontrar la "vaca l�der". Si logra guiarla hacia el establo donde las orde�an, el resto la seguir�n. Lo mismo sucede con los l�deres de personas. Es vital que encuentre hombres y mujeres que sean seguidos por otros y proceda a entrenarlos.

Eso fue lo que Jes�s hizo. "En aquellos d�as �l fue al monte a orar, y pas� la noche orando a Dios. Y cuando era de d�a, llam� a sus disc�pulos, y escogi� a doce de ellos, a los cuales tambi�n llam� ap�stoles... Y descendi� con ellos..." (Lc 6:12, 13, 17).

Jes�s emple� la mayor parte de Su tiempo preparando a los doce ap�stoles para que llevaran adelante Su ministerio. �l sigui� este principio de entrenar a otros. Ese es el ministerio de l�deres: buscar m�s l�deres y entrenarlos.

2. Ense��ndolos En La Biblia
�Qu� entrenamiento debemos dar a l�deres de la Iglesia? "Y ense�a a ellos las ordenanzas y las leyes..." (Ex 18:20).

Aquellos que est�n familiarizados con Seminarios de la Iglesia y Escuelas B�blicas, est�n completamente conscientes que la mayor�a ense�a toda clase de temas excepto la Biblia. Los Seminarios Teol�gicos tambi�n se convierten con frecuencia en "Cementerios", donde cientos de las vidas espirituales de l�deres potenciales de la Iglesia son enterradas.

Una selecci�n b�sica ante Ad�n y Eva en el Jard�n del Ed�n: "...tambi�n el �rbol de la vida en medio del huerto, y el �rbol de la ciencia del bien y del mal..." (Gn 2:9). El comer del fruto del �rbol del conocimiento del bien y del mal, producir�a pecado y muerte. A pesar de esta amonestaci�n b�blica, la iglesia regresa continuamente a este �rbol para los programas de entrenamiento.

�Cu�l es el resultado? El Ap�stol Pablo lo expone de manera sencilla: "El conocimiento envanece, pero el amor edifica" (1 Co 8:1).

Los programas de entrenamiento que no utilizan LA BIBLIA como el centro de referencia principal, producen arrogancia, muerte espiritual, l�deres impotentes cuyo �nico logro despu�s de graduarse es pastorear una iglesia que en vez de crecer, �sta, disminuye paulatinamente cada a�o.

Aquello que no tiene vida no puede crecer ni crecer�. El �rbol del conocimiento solo produce muerte.

"Entonces respondiendo Jes�s, les dijo: err�is, ignorando las Escrituras y el poder de Dios" (Mt 22:29). Las Escrituras nos guardan de los errores y nos dan vida. "...la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son esp�ritu y son vida" (Jn 6:63).

Son las palabras de Dios el Padre y de Dios el Hijo (Jes�s), seg�n est�n registradas en la Biblia, las que nos dan vida.
"Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al �rbol de la vida..." (Ap 22:14).

a. Los Logros Acad�micos No Son La Meta. Los programas de entrenamiento basados en el logro intelectual con �nfasis sobre los grados acad�micos, no producir�n el liderato necesario para ganar las almas perdidas para Cristo o edificar iglesias en crecimiento continuo. Entre m�s enfatice lo acad�mico, el liderato estar� menor capacitado. Ense�e la Biblia. Entrene a l�deres de la Iglesia. Deje que la Biblia sea el centro de su curr�culo de entrenamiento.

La pregunta que fue formulada acerca de Jes�s fue la siguiente:

"�C�mo sabe �ste letras, sin haber estudiado?" (Jn 7:15).

Los jud�os se maravillaban del conocimiento que Jes�s ten�a de las Escrituras, pues sab�an que �l no ten�a credenciales acad�micas que lo hicieran resaltar ante el mundo religioso o secular.

Debemos aprender de este ejemplo. Los logros acad�micos no son la meta principal. El conocimiento b�blico y el poder de Dios es lo que el l�der de la Iglesia necesita (Mt 22:29).

b. Busque "L�deres-Obreros". Los ap�stoles primitivos no fueron conocidos por sus logros acad�micos.

"Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconoc�an que hab�an estado con Jes�s" (Hch 4:13).

Ni uno solo de los ap�stoles de Jes�s se gradu� del Seminario Teol�gico de los fariseos y saduceos. Su norma para los l�deres de la Iglesia fue �sta: "La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Se�or de la mies que env�e obreros a su mies" (Lc 10:2). El l�der efectivo de una Iglesia, es aquel que ha demostrado que es un trabajador arduo. El tal, tiene callos en sus manos, ha aprendido la disciplina de la labor productiva y extenuante.

Por el contrario, el graduado de seminario es a menudo arrogante, demasiado orgulloso para trabajar, vago y poco productivo. Los tales, no son aptos para representar a Cristo, quien lav� los pies de Sus disc�pulos. "Pues si yo, el Se�or y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros tambi�n deb�is lavaros los pies los unos a los otros" (Jn 13:14). Busque un "l�der-obrero" y usualmente tendr� un l�der productivo en la Iglesia.

Es por eso que Jes�s escogi� pescadores como Pedro y Juan, personas profesionales como Mateo el publicano y Lucas el m�dico. Ellos ten�an destrezas pr�cticas y sab�an c�mo trabajar arduamente. Los tales, pueden ser disc�pulos de la Biblia y ser l�deres fruct�feros.

3. Mu�streles el Trabajo Que Hay Que Hacer
"...y mu�strales el camino por donde deben andar y lo que han de hacer" (Ex 18:20). El Ap�stol Lucas comenz� el libro de los Hechos con estas palabras: "En el primer tratado, oh Te�filo, habl� acerca de todas las cosas que Jes�s comenz� a hacer y a ense�ar" (Hch 1:1).

a. Envu�lvalos. No es suficiente ense�ar al que est� siendo entrenado. El entrenador tiene que envolver inmediatamente al estudiante en la PRACTICA DE LO QUE ESTA APRENDIENDO.

Si ense�a a los estudiantes sobre "el ganar almas", entonces, env�elos inmediatamente a ganar almas. Si los ense�a c�mo sanar enfermos y echar fuera demonios, env�elos inmediatamente fuera a hacer eso mismo. Eso fue lo que Jes�s hizo.

"Entonces llamando a sus doce disc�pulos, les dio autoridad sobre los esp�ritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia... A estos doce envi� Jes�s, y les dio instrucciones, diciendo... Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia" (Mt 10:1-8).

"Habiendo reunido a sus doce disc�pulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envi� a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos... Y saliendo, pasaban por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas partes" (Lc 9:1, 2, 6).

"Despu�s de estas cosas, design� el Se�or tambi�n a otros setenta, a quienes envi� de dos en dos delante de �l a toda ciudad y lugar a donde �l hab�a de ir.

Id; he aqu� yo os env�o como corderos en medio de lobos. En cualquier ciudad donde entr�is... sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.


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