Cap�tulo 7
El Sacerdocio De La Iglesia Del Nuevo Testamento


A. DIFERENCIAS ENTRE EL SACERDOCIO DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTOS

No podemos entender el patr�n del Nuevo Testamento para la iglesia cristiana, sin una apreciaci�n de la diferencia fundamental entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento.

1. El Sacerdocio Aar�nico
Dios otorg� a Israel en los tiempos de la antigüedad la oportunidad de ser un "reino de sacerdotes" (Ex 19:6). No obstante, Israel fracas� al no levantarse hasta ese gran privilegio, con el resultado de que el Se�or nombr� el sacerdocio Aar�nico (Ex 28:1). El Antiguo Testamento registra el fracaso de este ministerio en bienestar del pueblo de Israel (Ez 22:26).

2. El Sacerdocio Del Creyente
Volviendo al Nuevo Testamento, descubrimos que el sacerdocio es el privilegio de cada verdadero creyente (1 P 2:5,9). Como tal, tenemos el glorioso privilegio de disfrutar del acceso a Dios a trav�s de nuestro Sumo Sacerdote, el Se�or Jesucristo.

El acceso del creyente a Dios es claramente presentado en Hebreos 10:19-22: "As� que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Sant�simo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que �l abri� a trav�s del velo, esto es de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerqu�monos con coraz�n sincero en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura".

En nuestra �poca, algunas denominaciones cristianas hacen referencia a sus l�deres �nicamente como sacerdotes. Esto no es respaldado por el Nuevo Testamento, y es totalmente contrario a su principio fundamental de revelaci�n para la Iglesia.

Considere las palabras de 1 Pedro 2:5, 9: "Vosotros tambi�n... como... sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo". "Mas vosotros sois linaje escogido, naci�n santa... para que anunci�is las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a la luz admirable".

Este es el privilegio m�s alto de nuestra experiencia cristiana. Tenemos acceso al Lugar Sant�simo, a la misma presencia de Dios a trav�s de Jesucristo.

Cuando el Salvador muri� en el Calvario, el velo del templo se rasg� desde arriba hasta abajo. Figurativamente hablando, muchos han tratado de repararlo de nuevo, pero ha sido en vano. El tipo ha sido cumplido permanentemente en la figura. La sombra ha sido reemplazada por la sustancia. Cristo vive por los siglos de los siglos, es el �nico Mediador entre Dios y los hombres.

En la Iglesia cristiana, Dios nos ha provisto de ministros, de pastores y otros l�deres que pueden amonestarnos y asesorarnos. No obstante, ninguno puede fungir como mediador entre nosotros y Dios. Cristo realiz� esta obra de una vez por todas.

"Acerqu�monos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (He 4:16).

B. LOS SACRIFICIOS DEL SACERDOTE CREYENTE
As� como el sacerdocio del Antiguo Testamento ofrec�a sacrificios a Dios, nosotros tambi�n, como sacerdotes del Nuevo Testamento, tenemos ofrendas que ofrecer al Se�or. El Nuevo Testamento nos muestra que nuestro sacrificio es de triple naturaleza:

1. Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas
"As� que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que present�is vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional" (Ro 12:1).

Vemos este sacrificio sacerdotal en su m�ximo grado en 1 Juan 3:16:
"En esto hemos conocido el amor, en que �l puso su vida por nosotros; tambi�n nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos".

La verdad b�sica que aceptamos cuando venimos al Se�or, es que nuestros cuerpos son templos del Esp�ritu Santo:

"Porque hab�is sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro esp�ritu, los cuales son de Dios" (1 Co 6:20).

2. Nuestra Alabanza
"As� que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de �l, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (He 13:15).

Los sacerdotes del Antiguo Testamento, ministraban al Se�or en la c�mara del templo conocida como el Lugar Santo.

El incienso o perfume que quemaban, ascend�an desde el Altar del Incienso en el Lugar Santo. �ste penetraba a trav�s del velo hacia el interior del Lugar Sant�simo, donde Dios moraba sobre el asiento de la misericordia (trono).

Esto era un tipo (un cuadro prof�tico) de nosotros los sacerdotes del Nuevo Testamento, ofreciendo nuestras alabanzas y acci�n de gracias como un sacrificio agradable al Se�or.

El Nuevo Testamento no nos invita a loar al Se�or como una expresi�n sentimental �nicamente, sino a hacerlo como un ministerio sacrificado para el Se�or.

El sacrificio de alabanzas no deber� ser ofrecido debido a nuestras circunstancias, sino a pesar de nuestras circunstancias. Si hacemos esto, descubriremos pronto que en el sacrificio de alabanzas, hay victoria sobre las circunstancias. Es nuestro deber sacerdotal y privilegio, alabar al Se�or.

3. Nuestro Dinero
Hebreos 13:16 es hermosamente explicado como sigue: "Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvid�is; porque de tales sacrificios se agrada Dios".

Estas y otras Escrituras, nos ense�an que un sacerdote fiel (creyente), dedicar� parte de su dinero a ser usado en el cuidado de los menos afortunados que �l, y para la obra del Se�or.

C. NINGUNA DISTINCI�N ENTRE EL CLERO Y LOS LAICOS
Los t�rminos "cleros" y "laicos", no est�n en la Biblia. Estas palabras surgieron como resultado de las ense�anzas de los dirigentes o l�deres de la Iglesia al ense�ar que ten�an posiciones privilegiadas sobre los dem�s miembros de la Iglesia.

Esa distinci�n hecha entre "clero" y "laicos", no est� en la Iglesia del Nuevo Testamento. Cierto que hay varios ministerios de oficios ordenados por Dios. Han sido dados para la edificaci�n de la iglesia y para proveer el liderato del pueblo de Dios.

El sacerdocio del Nuevo Testamento, crea una hermandad de hombres y mujeres nacidos de nuevo. Todos disfrutamos del mismo privilegio de tener acceso a Dios a trav�s de Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote.

De la misma manera, todos somos miembros del Cuerpo de Cristo, directamente gobernados por Jesucristo, la Cabeza del Cuerpo (Ef 1:22; 5:23; Col 1:18).

Es vitalmente importante que esta verdad del sacerdocio de todos los creyentes, sea claramente comprendida y cabalmente apreciada. De otra manera, no podremos valorizar nuestros privilegios en la iglesia cristiana. De esa manera, podr�amos caer presa de un sacerdocio creado por el hombre o una jerarqu�a de l�deres religiosos que act�en como se�ores sobre los dem�s (1 P 5:3).


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