SECCI�N F1
EL CERTIFICADO DE APROBACI�N DE DIOS
Por Zac Poonen

�NDICE PARA ESTA SECCI�N
F1.1 - Llamado, Escogido Y Fiel
F1.2 - Dios Prueba A Los Hombres

Cap�tulo 1
Llamado, Escogido Y Fiel

Introducci�n

Una cosa es ser aceptado por Dios y otra ser APROBADO por �l.

El Libro de Apocalipsis habla del triunfo del Cordero de Dios. Pero se nos dice que el Cordero tiene un ej�rcito de disc�pulos a trav�s de quienes �l pelea Sus batallas y obtiene la victoria. Estos disc�pulos son (1) llamados, (2) escogidos y (3) fieles. "Pelear�n contra el Cordero, y el Cordero los vencer�, porque �l es Se�or de se�ores y Rey de reyes; y los que est�n con �l son llamados y elegidos y fieles" (Ap 17:14).

Muchos son llamados, pocos son escogidos y todav�a menos son fieles. Los fieles son los que vencer�n; de ellos se habla en el Libro de Apocalipsis diez veces. Tales disc�pulos de Cristo no s�lo han sido aceptados por Dios, sino tambi�n probados por �l a trav�s de muchas circunstancias, a fin de ser aprobados para Su obra.

Fueron muchos los que creyeron en Jes�s cuando estuvo sobre la tierra, pero �l no se comprometi� con todos ellos.

El primer grupo, estuvo compuesto por las multitudes. "Y le siguieron grandes multitudes..." (Mt 19:2). De ese grupo se dijo m�s tarde: "Desde entonces muchos de sus disc�pulos volvieron atr�s, y ya no andaban con �l" (Jn 6:66).

El segundo grupo, era m�s peque�o. Hab�a setenta en ese grupo con un ministerio especial para las setenta naciones gentiles (lea G�nesis 10). "Despu�s de estas cosas, design� el Se�or tambi�n a otros setenta" (Lc 10:1).

El tercer grupo, consist�a de doce hombres. "En aquellos d�as �l fue al monte a orar y pas� la noche orando a Dios. Y cuando era de d�a, llam� a sus disc�pulos, y escogi� a doce de ellos, a los cuales tambi�n llam� ap�stoles..." (Lc 6:12, 13).

Fuera de tal grupo escogi� el cuarto grupo, el cual, consist�a de solamente tres. "Seis d�as despu�s, Jes�s tom� a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llev� aparte a un monte alto;

Y se transfigur� delante de ellos, y resplandeci� su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (Mt 17:1, 2).

Ese grupo de tres ser�an testigos oculares de su majestad (traducci�n parafraseada) (2 P 1:16). Estos disc�pulos representar�an aquellos que proseguir�an hacia "...la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jes�s" (Fil 3:14).

Estos tres son como los vencedores, los que ser�n recompensados con el certificado de aprobaci�n de Dios.

A. C�MO GANAR LA APROBACI�N DE DIOS
No todos los que siguen a Jes�s califican para ser incluidos en ese c�rculo �ntimo: "Estando en Jerusal�n...muchos creyeron en su nombre, viendo las se�ales que hac�a. Pero Jes�s mismo no se fiaba de ellos, porque conoc�a a todos" (Jn 2:23, 24).

1. Procure El Bien De Otros

Jes�s sab�a que la gran mayor�a de aquellos que cre�an en �l, lo hac�an �nicamente por razones ego�stas. Ven�an a �l s�lo para recibir bendiciones personales. Sus pecados hab�an sido perdonados, pero no deseaban ser vencedores.

Uno deber� anhelar ser libre del deseo ego�sta de buscar el bienestar propio a expensas de los dem�s.

2. Pase Las Pruebas De Dios
Cuando Gede�n congreg� un ej�rcito para pelear contra los enemigos de Israel, ten�a 32,000 hombres con �l. No obstante, Dios sab�a que no todos ellos eran genuinos de coraz�n. As� que, �l decidi� recortar tal n�mero. Los temerosos fueron enviados a sus casas.

Hab�an quedado solamente 10,000 despu�s del recorte. Entonces, Dios le dijo a Gede�n que los llevara al r�o y los probara. Solo 300 hombres pasaron la prueba y fueron aprobados por Dios (Jue 7:1-8).

La manera en que aquellos diez mil soldados tomaron del agua del r�o para satisfacer su sed, fue el medio que Dios utiliz� para determinar quien calificar�a para ser parte del ej�rcito de Gede�n. Ellos no sab�an que estaban siendo probados.

Nueve mil setecientos (9,700) de ellos se olvidaron del enemigo mientras se arrodillaban para satisfacer su sed. Solamente 300 de ellos permanecieron alertas sobre sus pies, tomando el agua en forma de copa.

Dios nos prueba en las cosas ordinarias, en nuestra actitud hacia el dinero, los placeres, honores o glorias terrenales y comodidades. As� como sucedi� con el ej�rcito de Gede�n, Dios arregla las circunstancias de cierta manera para probarnos y ver c�mo reaccionamos, pero no comprendemos Su prop�sito.

3. No Sea Distra�do Por El Mundo
Jes�s nos amonest� a no dejar que los cuidados de este mundo nos distrajeran. �l dijo: "Mirad tambi�n por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotoner�a y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel d�a" (Lc 21:34).

Pablo exhorta a los cristianos de Corinto diciendo: "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; Y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa...

Esto os digo para vuestro provecho; no para tenderos lazo, sino para lo honesto y decente, y para que sin impedimento os acerqu�is al Se�or" (1 Co 7:29-35).

No podemos permitir que nada de este mundo nos distraiga de nuestra total devoci�n al Se�or. Las cosas leg�timas del mundo son un lazo m�s grande que las cosas pecaminosas, debido a que las cosas leg�timas se ven bastante inocentes e inofensivas.

Podemos aliviar nuestra sed, pero debemos formar una copa con nuestras manos y tomar del agua necesaria que calme nuestra sed, sin dejar de estar alertas ante cualquier ataque sorpresivo del enemigo. Nuestra mente debe estar ocupada en la batalla que el Se�or nos ha comisionado a pelear, y no en la satisfacci�n de nuestra sed, hambre y deseos.

Tenemos que olvidarlo todo y estar dispuestos a soportar dificultades, si es que queremos ser disc�pulos de Jes�s (2 Ti 2:3).

4. Ponga La mente En Las Cosas De Arriba
As� como las banditas de goma que se pueden estirar, nuestras mentes pueden participar de las cosas necesarias del mundo. Pero una vez que tales cosas han servido para satisfacer nuestras necesidades b�sicas de la vida, de la misma manera en que la bandita de goma vuelve a su posici�n normal cuando su tensi�n es suelta, nuestras mentes tambi�n deben regresar de vuelta a las cosas del Se�or y de la eternidad.
Esto es lo que Pablo da a entender cuando dice: "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (Col 3:2).

No obstante, la bandita de goma obra de la manera opuesta en las vidas de muchos creyentes. Sus mentes se estiran para considerar las cosas eternas, pero cuando sueltan la tensi�n y vuelven a la normalidad, se ocupan nuevamente en las cosas que son de este mundo.

5. Tenemos Que Ser Diligentes
Pablo exhort� a Timoteo de la siguiente manera: "Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tom� por soldado" (2 Ti 2:4). Pablo no le estaba diciendo a Timoteo el c�mo deber�a ser salvo, sino c�mo deber�a agradar al Se�or como un soldado efectivo en Su ej�rcito.

Pablo volvi� a decirle en 2 Timoteo 2:15: "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado..."

Timoteo ya hab�a sido aceptado por Dios. Ahora necesitaba ser diligente o cuidadoso en ganar Su aprobaci�n.

�l dice: "Doy gracias al que me fortaleci�, a Cristo Jes�s nuestro Se�or, porque me tuvo por fiel, poni�ndome en el ministerio" (I Ti 1:12).

Pablo estaba entre los llamados, escogidos Y FIELES, y anhelaba que Timoteo tambi�n estuviera entre ese n�mero. Dios nunca se compromete a S� Mismo con nadie antes de probarlo.

El relato que se nos da en las Escrituras con relaci�n a la prueba de ciertos hombres, algunos de los cuales fueron aprobados y otros rechazados, puede ser de gran valor para nosotros, pues fue escrito para nuestra propia instrucci�n.

B. DEL AGRADO O NO DEL AGRADO DE DIOS
En el Nuevo Testamento leemos de Uno de Quien el Padre se complaci�, y tambi�n de un grupo de personas de quienes �l no se agrad�. Un estudio de este contraste es muy interesante.

1. Dios No Se Agrad�
De los 600,000 soldados israelitas (Nm 1:46) quienes perecieron en el desierto por su incredulidad.. En 1 Corintios 10:5 podemos leer que: "...de los m�s de ellos no se agrad� Dios".

Aquellos israelitas hab�an sido redimidos de la esclavitud egipcia por la sangre del cordero (simb�lico de nuestra redenci�n a trav�s del sacrificio de Cristo en la cruz); hab�an sido bautizados en el Mar Rojo y en la nube (s�mbolo del bautismo en agua y Bautismo con el Esp�ritu Santo) (1 Co 10:2). A pesar de todo, Dios no se agrad� de ellos.

a. A Pesar De Todo, �l Cuid� De Ellos. Dios continu� siendo compasivo con ellos a pesar de sus quejas, y les provey� todas sus necesidades f�sicas y materiales de manera sobrenatural. "Tu vestido nunca se envejeci� sobre ti, ni el pie se te ha hinchado en estos cuarenta a�os", les dijo Mois�s al concluir sus cuarenta a�os de peregrinaci�n (Dt 8:4).

Dios san� todas sus enfermedades tambi�n. La Biblia dice: "...no hubo en sus tribus enfermos" (Sal 105:37).

Dios hizo m�ltiples milagros a favor de Su pueblo. De hecho, ning�n grupo de personas en la historia del mundo jam�s ha visto tantos milagros como los que vieron aquellos israelitas incr�dulos, "...con quienes estuvo �l disgustado cuarenta a�os" (He 3:17).

Esto nos ense�a que Dios contesta las oraciones de los creyentes carnales tambi�n, y que �l les suple sus necesidades terrenales, aun de manera sobrenatural si es necesario.

El hecho de que Dios efect�e milagros ante nuestros ojos, no prueba nada concerniente a nuestra espiritualidad. S�lo demuestra que Dios es bueno, quien hace que Su sol salga sobre justos e injustos de la misma manera.

b. Los Milagros No Son Una Garant�a. Jes�s tambi�n nos amonest� que en el d�a del Juicio Final, muchos de los que hayan efectuado milagros en Su Nombre, ser�n rechazados y descalificados porque vivieron en pecado.

�l dijo: "Muchos me dir�n en aquel d�a: Se�or, Se�or, �no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declarar�: Nunca os conoc�; apartaos de m�, hacedores de maldad" (Mt 7:22, 23).

Obviamente, �l se estaba refiriendo a predicadores y sanadores cristianos, quienes realizaron milagros genuinos en Su Nombre. De las palabras de Jes�s viene a ser evidente que MUCHOS de esos hombres (no unos cuantos, ni tampoco todos, sino muchos) que ejercen esos ministerios de milagros, practican el pecado en sus vidas privadas, en sus pensamientos y actitudes. Estos pecados ocultos ser�n sacados a la luz en el Tribunal de Cristo, si tal vez no antes.

La operaci�n de milagros, de por s�, no es una indicaci�n de que el hombre sea aprobado de Dios. �Hemos entendido esto cabalmente? Si no, seremos enga�ados.

2. Dios Se Agrad�
En contraste con los israelitas del Antiguo Testamento, de quienes Dios no se agrad�, leemos de Jes�s en el Nuevo Testamento, que el Padre se agrad� de �l a lo sumo.

Cuando Jes�s cumpli� la edad de los treinta a�os, el Padre habl� desde el cielo p�blicamente lo siguiente respecto a �l: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia"l (Mt 3:17). Esto fue dicho antes de que Jes�s hubiera hecho un solo milagro o predicado alg�n serm�n.

�Cu�l fue entonces el secreto de Su aprobaci�n por Dios? No fue obviamente por Su ministerio, pues todav�a no hab�a comenzado Su ministerio p�blico. Fue por el tipo de vida que hab�a vivido durante treinta a�os.

a. Fiel Durante Las Tentaciones. El �xito de nuestro ministerio no es lo que hace que seamos aprobados por Dios, sino la fidelidad que mostramos en las tentaciones que afrontamos en nuestra vida diaria.

Las �nicas dos cosas que se nos han dicho respecto a los treinta a�os de "silencio" en la vida de Jes�s (aparte del incidente del templo) son que "fue tentado en todo, seg�n nuestra semejanza, pero sin pecado" (He 4:15) y que "ni aun Cristo se agrad� a s� mismo" (Ro 15:3).

�l hab�a resistido fielmente la tentaci�n en cada punto, y nunca procur� satisfacer sus propios deseos o anhelos, ni lo procurar�a hacer en cualquier asunto. Eso fue lo que complaci� al Padre.

b. Un Car�cter Santo. Nuestros logros materiales o externos pueden impresionar a la gente del mundo y a los creyentes carnales. Pero Dios se impresiona m�s cuando mostramos un car�cter santo. Es nuestro car�cter de por s�, lo que puede traer sobre nosotros la aprobaci�n de Dios.

As� que, si deseamos saber cu�l es la opini�n de Dios sobre nosotros, debemos borrar deliberadamente de nuestras mentes lo que hemos logrado en nuestro ministerio. Debemos evaluarnos a nosotros mismos puramente por nuestras actitudes hacia el pecado, en nuestra manera de pensar y el egocentrismo de nuestras acciones. Esa es la �nica medida infalible de nuestra condici�n espiritual.

De esa manera, tanto el sanador y predicador que va viajando por el mundo como la madre ocupada que nunca puede salir de los confines del hogar, tienen exactamente las mismas oportunidades de adquirir la aprobaci�n de Dios.

Vamos a descubrir en el D�a del Tribunal de Cristo, que muchos de los que fueron primero aqu� en el mundo cristiano, ser�n los postreros all�. Muchos de los que eran considerados los postreros aqu� en la tierra (debido a que no ten�an un ministerio muy reconocido), ser�n los primeros all�.

C. JES�S ES NUESTRO EJEMPLO
Jes�s es nuestro ejemplo en todas las cosas. El Padre hab�a planificado que Jes�s pasara los primeros treinta a�os de Su vida terrenal en dos lugares b�sicamente, en Su hogar y en Su lugar de trabajo (el taller de carpinter�a). Fue la fidelidad de Jes�s en esos dos lugares lo que le hizo ganar la aprobaci�n del Padre.

Esta es una cuesti�n de gran �nimo para nosotros, pues nos encontramos en esos dos mismos lugares constantemente, en nuestro hogar y en nuestro lugar de trabajo. Es en esos dos lugares donde Dios m�s nos prueba.

1. La Fidelidad En Nuestro Hogar
El hogar de Jes�s era uno pobre. Jos� y Mar�a eran tan pobres que ni siquiera ten�an para comprar un cordero para ofrecerlo como sacrificio. No ten�an "predicadores sobre la prosperidad" que les ense�aran c�mo ser ricos.

La Ley hab�a ordenado que "...si no ten�an suficiente para un cordero, que tomaran entonces dos t�rtolas o dos palominos..." (Lv 12:8). Y Jos� y Mar�a "ofrecieron conforme a lo que se dice en la ley del Se�or: Un par de t�rtolas, o dos palominos" (Lc 2:24).

De Jes�s se dijo: "Porque ya conoc�is la gracia de nuestro Se�or Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre..." (2 Co 8:9).

Jes�s ten�a cuatro hermanos y dos hermanas m�s j�venes que �l, quienes viv�an en el mismo hogar. Marcos 6:3 nos dice que los habitantes de su comunidad manifestaron acerca de �l:

"�No es este el carpintero, hijo de Mar�a, hermano de Jacobo, de Jos� y Judas, y de Sime�n? �No est�n tambi�n aqu� con nosotros sus hermanas?"

Uno puede imaginarse las presiones y luchas que Jes�s afront� mientras crec�a en aquel hogar de pobreza.

Para mayor infortunio, sus hermanos menores eran incr�dulos. Leamos la siguiente escritura: "Porque ni aun sus hermanos cre�an en �l" (Jn 7:5).

Quiz�s ellos le escarnecieron en muchas maneras. �l no tuvo un cuarto privado en Su hogar, donde pudiera retirarse a orar cuando afrontara las presiones de las tentaciones de los dem�s familiares.

Es posible que en Su hogar hubiera peleas, ri�as, rega�os y el ego�smo com�n de todos los hogares.

Y entre tales circunstancias, Jes�s fue tentado en todos los aspectos de la vida as� como nosotros; pero �l nunca pec� ni una sola vez, ni en hechos, palabras, pensamientos, actitudes o motivos.

Si Jes�s hubiera venido en alguna forma diferente a la de nosotros, en alguna clase de carne que fuera incapaz de ser tentada, entonces, no habr�a existido virtud en Su manera de vivir pura en tales circunstancias. No obstante, �l vino en carne como todos nosotros los humanos.

La Palabra de Dios dice: "Por lo cual DEB�A SER EN TODO SEMEJANTE a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo" (He 2:17).

�l padeci� las presiones de toda suerte de tentaci�n que jam�s podamos afrontar. Esto es lo que nos otorga gran �nimo en los tiempos en que somos tentados, pues as� como �l venci�, nosotros tambi�n podemos vencer. Esta es la esperanza que Satan�s procura robarnos cuando trata de ocultar de nosotros esa gloriosa verdad, que Cristo vino en carne y fue tentado exactamente como nosotros.

2. La Fidelidad En Acci�n
Como un carpintero en Nazaret, Jes�s debi� haber afrontado muchas tentaciones, as� como todos los que se envuelven en alg�n tipo de negocio las afrontan. No obstante, �l nunca enga�� a nadie con quien tuviera tratos o negocios. Jam�s demand� precios por sobre el valor honesto de las cosas que vendiera; tampoco se comprometer�a en alg�n asunto relativo a la justicia, sin importar el precio (o p�rdida) que tuviera que pagar.

�l no estaba en competencia con los dem�s carpinteros de Nazaret. Trabajaba para ganarse el sost�n diario �nicamente. As� que, a trav�s de la compra-venta y el manejo del dinero (como carpintero), Jes�s afront� todas las tentaciones que nosotros confrontamos en el �rea del dinero. Y �l venci�.

Jes�s vivi� bajo la sumisi�n de Sus padres adoptivos (los que cr�an a un ni�o desde peque�o) por muchos a�os. Esto quiz�s les expuso a varias formas de tentaciones internas (en la esfera de las actitudes); y con todo, nunca pec�.

Mar�a estaba entre todos los que esperaban del revestimiento del Bautismo santificador y saturador del Esp�ritu Santo en el Aposento alto (Hch 1:14).

Si no hubiera tenido aquel poder, lo m�s probable es que Jos� y Mar�a tambi�n ri�eran entre uno y el otro, as� como la mayor�a de los matrimonios lo hacen.

Jes�s, por otro lado, estaba viviendo en perfecta victoria. Con todo, �l nunca los despreci�. Si lo hubiera hecho, habr�a pecado. Pero �l los respetaba, aun cuando era m�s puro que ellos. Ah� podemos ver la hermosura de Su humildad.

As� es que podemos ver que Jes�s no estaba viviendo una vida inactiva durante aquellos treinta a�os en Nazaret. Jes�s estaba en medio de un conflicto contra la tentaci�n todo el tiempo, un conflicto que aumentaba en intensidad a medida que pasaba cada a�o.

Antes de que pudiera llegar a ser nuestro Salvador y nuestro Sumo Pont�fice (Sacerdote), el Padre ten�a que hacer pasar al Capit�n de nuestra salvaci�n a trav�s de una cordillera completa de posibles tentaciones humanas.

La Palabra de Dios dice: "Porque conven�a a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvaci�n de ellos" (He 2:10).

Todav�a hab�a unas cuantas tentaciones (tales como las que vienen a trav�s de la fama nacional, etc.) que Jes�s confrontar�a en los �ltimos tres a�os de Su vida terrenal. Sin embargo, las tentaciones comunes que todos afrontamos en el hogar y en el lugar donde trabajamos, �l ya las hab�a confrontado y vencido en Sus primeros treinta a�os. Y el Padre le dio a Jes�s Su "certificado de aprobaci�n" en Su bautismo.

D. PROCURE UN CAR�CTER TRANSFORMADO
Si solamente nuestros ojos estuvieran abiertos para ver las bases sobre las cuales Dios nos otorga Su aprobaci�n, ello revolucionar�a nuestras vidas totalmente. No volver�amos a codiciar un ministerio de tipo internacional o mundial. Por el contrario, anhelar�amos ser fieles en los momentos de tentaciones en la vida diaria.

Orar�amos por un bautismo en fuego que produjera un car�cter o personalidad transformada, al igual que por un poder que produzca milagros. De esa manera, nuestras mentes ser�an renovadas a fin de colocar nuestras prioridades en el orden correcto.

Tome �nimo en esto. Las remuneraciones mayores de Dios y Sus m�s elevadas adjudicaciones est�n reservadas para los que afrontan las tentaciones con la misma actitud en que Jes�s las afront�. La actitud de Jes�s fue �sta: "Prefiero morir antes que cometer alg�n pecado o desobedecer a mi Padre en un s�lo punto".

Este es el significado de la exhortaci�n en Filipenses 2:5-8, la cual dice: "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tambi�n en Cristo Jes�s... haci�ndose obediente hasta la muerte".

Sin importar nuestro don, ministerio, posici�n en la vida, sexo o edad, todos nosotros tenemos la misma oportunidad de ser vencedores y de estar entre los llamados, escogidos y fieles.


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